Capítulo I. Bloque 3: ¿SOLO UNA ESTAFA? Ábaco detectives Valencia.

Contemplando el denso tráfico de Gran Vía a través de la ventana, intentaba esbozar un croquis mental de la historia que acababa de escuchar. Un trabajo fuera de una ciudad demasiado pequeña en la que todo se sabe pero nada se habla. El encargo de largarme a Tánger parecía un plan refrescante. La sospecha de que el nombre del tipo fuera falso rondaba mi cabeza mientras ojeaba los documentos de la carpeta. Trataba de encontrar algún detalle que facilitase mi labor, tenía poco por dónde empezar. Una búsqueda rápida en el otro lado de la red no aportó nada sobre aquel nombre, en cambio sí sobre la dirección. Se trataba de un hamman, solo para hombres, claro. Esto me hizo pensar en los problemas que podrían surgir siendo mujer en un país de cultura islamista, y también dudar sobre la aceptación del trabajo. Tres facturas pendientes que hacían cola sobre mi mesa, argumentaron en silencio y resolvieron la duda.

Carla aparecía por la puerta, como siempre, envuelta en su aura de mujer fatal, que las curvas voluptuosas de su cuerpo parecían respaldar. En realidad, nada más lejos de la realidad. Había heredado de su madre un físico apabullante y de su padre el intelecto que había dedicado a la informática. La había reclutado cuando decidí dejar mi trabajo de esclava en Grupo XXI, donde hacía más horas que un reloj por una remuneración que no me satisfacía. Después de seis meses conseguí un pequeño piso en el centro y abrí la Agencia Abaco Detectives en Valencia. Consultoría de investigación y seguridad.

Tener a Carla al frente de la logística del despacho era muy útil, cuando no se encontraba en cualquiera de los muchos proyectos en que se embarcaba. Pero me había echado una mano en el peor momento de mi vida. El divorcio me había arrancado la parte de esa vida que no usaba. Las horas de investigación terminan por ser incompatibles con las de familia y mi caso no fue la excepción a la regla. Mantengo una buena relación con Jorge, mi ex. Después de todo no habíamos sido mucho más que amigos en un matrimonio sin usar y con pocos kilómetros.

Carla tenía trabajo editando las imágenes de mi última pieza y yo no estaba preparada para una charla acerca de las virtudes de la vida en pareja, ni de repostería vegana. Le pedí que me buscase billete a Tánger a primera hora, para dos días después, así conseguiría redactar los tres informes pendientes que debía entregar la semana siguiente. Mi cabeza parecía a punto de explotar y decidí que era mejor que lo hiciese en la calle, así que me despedí de Carla y me largué a dar un paseo. Fije mi objetivo en el pequeño café al que escapaba para esconderme del mundo. Los alrededores del mercado de Ruzafa son el microcosmos al que me exilio cuando necesito perderme y alejarme de mí misma.

Mientras caminaba por la avenida, tratando de supeditar el ruido del tráfico al siseo del viento sin conseguirlo, recordaba la expresión de César al contarme su historia. Nadie sufre como parecía hacerlo él, solo por dinero, solo por una estafa. Tenía la sensación de que no me lo había contado todo. Una mujer deshizo mis pensamientos cuando estuvo a punto de atropellarme con el carrito del niño que debía ser su nieto. Me disculpé por existir y reanudé mi paseo a ninguna parte.

Rosana es la dueña del Café Jazmín, una pequeña cafetería situada en una de las calles aledañas al mercado. Me saludó mientras me servía el té de canela y nuez moscada de siempre. Abracé la taza con las dos manos y respire hondo con la sola intención de disfrutar de un momento de silencio interior. El momento de silencio catedralicio acababa de irse a hacer puñetas por el zumbido impertinente del móvil. La voz nasal, aguda y chirriante de Miguel me sorprendió. Llamaba con número oculto y al decírselo, soltó una risa picarona. Deduje que era fruto de una de las anécdotas de su extenso repertorio. Esta vez se trataba de la Operación Pitiusa, estaba indignado y pretendía desquitarse conmigo. Mis neuronas no estaban dispuestas a otro de los debates que genera la profesión y que nunca van a ninguna parte. Como también quería comentarme algo acerca de un trabajo, quedamos en cenar mientras me ponía al corriente del asunto. Me despedí con amabilidad y me dispuse a disfrutar del silencio y de mi té.

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