Capítulo I. Bloque 4: REUNIÓN DE DETECTIVES EN VALENCIA Ábaco detectives Valencia.

Miguel Moix, conocido como “M” en la profesión, no era un detective privado en valencia al uso. Trabajaba como asesor de seguridad para varias empresas, aunque su especialidad eran las limpiezas de ambiente y la búsqueda de los “otros”. En las limpiezas buscaba micros, cámaras ocultas y todo aquello por lo que pudiera fugarse la información o la intimidad. La búsqueda de los “otros” era a lo que se dedicaba cuando algún paranoico le llamaba para que confirmase su condición, lo que a menudo terminaba en un episodio cómico o dramático, siempre surrealista. En cuanto a las investigaciones de otro carácter, como estafas en Valencia o infidelidades, tenía a bien derivármelas a mí. Pasaba de la sesentena, de estatura baja y unos sesenta kilos de puro sarcasmo. Las gafas, fuera de época, cabalgaban sobre una nariz ganchuda y enmarcaban unos ojos pequeños de mirada burlona. “M” era uno de los detectives privados en Valencia mas queridos para mi.

Un vistazo a la nevera en busca de algo fresco me recordó la necesidad de llenarla y agradecí cenar fuera. Miguel quería comentarme un asunto profesional, aunque por la llamada de la tarde auguré llantos y quebrantos. La profesión de detectives privados en Valencia, estaba sufriendo el yugo de una administración demasiado intervencionista y la detención de María, por el caso Pitiusa, era solo la exposición de un cabeza de turco para desviar las miradas de las siglas de turno.

Carla había editado el video de la mañana, lo cual me había permitido despejarme. Una nota me informaba de mi mala suerte. No había vuelo directo Valencia-Tánger, cosa que no me sorprendió, pero el AVE hacia Madrid salía a las 4:38 de la mañana y el vuelo desde Barajas a las 6:13. No es que me guste dormir, es que no me gusta madrugar, y la nota de Carla me puso de mal pedigrí.

El Bashiri, en Bailén junto a la Estación del Norte, es un restaurante indio, capaz de mantener abierto hasta tarde por una mesa de dos. Situado entre un hotel demasiado moderno y un sex-shop demasiado viejo, soportaba la crisis que había acabado con otros. Miguel opinaba que no tardaría en cerrar y quiso cenar antes de que el tiempo acabase dándole la razón. Me disgustó la idea del cierre, porque la cocina de aquel lugar era una sinfonía de sabores.

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