Registro marcas y patentes,Cap.2, p.4

Registro marcas y patentes: ¿estás seguro que no te han copiado?

Registro marcas y patentes . Era miércoles y un martillo hidráulico se había adelantado al despertador haciéndome despertar con un humor de perros. Apagué el despertador antes de que cumpliese su cometido, me duché, me vestí y odié a Carla por no haber sido despertada por tan vil sonido. Las preguntas estaban esperando en la mesa de mi despacho, las repasé y repasé también la charla que había tenido con Pizcueta. Todo era poco para preparar aquel tema que de alguna forma me pareció extraño desde el principio. Algo me decía que iba a ser complicado.

A las once en punto volví a encontrarme al señor disfrazado de general que me recibió con su falsa sonrisa y sus gestos exagerados. “¿Qué? a ver a don Álvaro… no le contesté y subí por las escaleras para no tener que esperar el ascensor. Me abrió la puerta una de las modelos de “Pret a Porter” del bufete, que me aparcó en la sala de espera con una ceja levantada a la que respondí levantando las dos. Pizcueta salió a recibirme, y por la cara de la modelo, supuse que había sido amonestada por no hacerme pasar a su despacho directamente, lo que me gustó.

Quemamos la media hora que esperamos a Maluenda en charlar de cosas vanas. La misma modelo hizo pasar a Maluenda al despacho, ésta vez con la mirada gacha y el rabo entre las piernas. Cuando pensé esto último, una sonrisa escapó por un descuido de mis labios.

De repente reparé en Maluenda. Leonardo Maluenda, así me lo presentó Pizcueta, era un hombre que se mantenía estoicamente en una edad indeterminada entre los cincuenta y los setenta años, y no hubiese sido capaz de concretar en qué tramo de esas décadas. Vestía un traje negro y una camisa azul sobre la que descansaba la corbata de cuidado nudo, a rayas y sin llamar la atención. Todo en el parecía cuidar de no llamar la atención, salvo una mirada profunda que parecía escrutar todo aquello en lo que se posaba. Ésta vez era yo el objeto escrutado y salí de mis pensamientos en el justo momento en que Pizcueta nos presentaba.

Maluenda alargó su mano para estrechar la mía, y sin apenas darme tiempo de decir nada comenzó a disculparse. Había tenido que viajar a Munich, a la oficina europea de patentes y marcas, la OEMP. Él y su gabinete jurídico se habían desplazado con la mayor celeridad dado el plazo de que disponían para presentar un recurso ante semejante órgano. Entregarlo en la oficina española o mediante alguno de los métodos ofimáticos hubiera supuesto perder un tiempo del que no disponían.Registro marcas y patentes.

Aún no había terminado su explicación y yo ya me encontraba perdida en aquella vorágine verbal. La posibilidad de que aquel hombre pensara al mismo ritmo que hablaba, me produjo un escalofrío, entonces lo oí continuar.

La última batalla que estaba librando se denominaba M.A.D. Meta-aspartamo-dopamina, un fuerte analgésico de nueva factura y síntesis revolucionaria, que eliminaba cualquier posibilidad de que el organismo crease adicción alguna. El recurso, según logré comprender, se basaba en las fechas de los análisis clínicos realizados en cobayas. Éstos, desdecían la declaración de los laboratorios que habían presentado quince días antes una patente con sospechosas similitudes en las virtudes de su fármaco.Registro marcas y patentes.

Maluenda pareció darse cuenta de algo en mi gesto y, de inmediato, derivó el rumbo de su oratoria. “Disculpe, debía darle una explicación de porqué no me reuní con usted personalmente en la entrevista que tuvo con Álvaro…”. La muestra de cercanía que tuvo con el abogado me sorprendió. “…y ahora, si le parece, responderé a sus preguntas”.

Tras reconocerle las excusas y hacerlas innecesarias pasé a preparar la batería de preguntas que tenía preparada, sin embargo solo pude articular las que quisieron acudir a mi cabeza.

Los enemigos eran todos tan previsibles como lo contrario. Los empleados descontentos podían surgir en cualquier momento, ya que la sociedad tenía algo más de doscientos empleados en nómina y otros cien externos, autónomos o por cuenta ajena. A juicio de Maluenda, la “industria” (refiriéndose a la farmacéutica) mueve demasiado dinero como para que nadie caiga, de vez en cuando, en la tentación.Registro marcas y patentes.

Antes de preguntarle por qué sospechaba de su yerno, di un paso adelante y le pregunté cómo calificaría el matrimonio de su hija. Un silencio siguió a mis palabras y me hizo dudar de si había sido demasiado directa, pero Maluenda se aclaró la garganta y clavó sus ojos verdes en mí para desviar la mirada después. El dolor de aquel a quien traiciona un hijo se dibujó en su rostro. No sabría decir porqué, pero así me lo pareció, sólo entonces comprendí que Jacinto era para Maluenda como un hijo. Atajé la conversación lo máximo que pude, y propuse alguna pregunta más como quien pone gasas sobre una herida.

Justo cuando la entrevista se acercaba a su fin, brotó de mis labios la pregunta que creí haber esquivado y la solté a quemarropa. El motivo de sospechar de su yerno, no era otro que la necesidad de no dudar de su propia hija, ya que sólo él y su hija Cristina conocían los detalles de los ensayos clínicos. Sospeché que estábamos llegando a un punto de no retorno en aquella conversación y decidí ponerle punto final. Ultimé algunos detalles de la investigación, mientras le extendía un ejemplar de contrato para que lo firmara por duplicado. A Pizcueta le faltó tiempo para ojear el contenido del folio, demostrando lo propio de su gremio, reparó en mi mirada y se recostó de nuevo en su sillón. Me despedí de ambos de forma sincera y cortes y me apresuré a salir para comprobar mi móvil. Aunque se encontraba en modo reunión, no había dejado de vibrar desde la llegada de Maluenda al despacho.

Tres llamadas de Fabienne y un mensaje explicaban tanto tráfico vibrante. Mi amiga había localizado a alguien que respondía a los pocos datos que le pude facilitar. Le devolví la llamada de camino al despacho, tomé nota mental de los datos, pero le pedí que me enviase los datos en un mensaje. Fabienne me respondió con una pregunta, tenía razón, no había leído el mensaje en el que me los enviaba.

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