¿Quien puede vigilar a mi hij@?

¿Quien puede vigilar a mi hij@?: Son los ojos vigilantes de papá y mamá fuera de casa; detectives privados que, por una suma considerable, graban cada movimiento de los jóvenes, camuflándose en universidades, parques y ambientes de botellón y bakalao. Una sospecha o, simplemente, la necesidad de tranquilidad llevan a muchos padres a recurrir a esta medida extrema que, según los psicólogos, evidencia un fracaso en el diálogo familiar y, en ocasiones, una tendencia sobreprotectora. Los detectives defienden su «labor social» y afirman que muchas veces sus seguimientos no detectan más que travesuras de adolescentes. Pero ¿qué ocurre cuando las pruebas de los sabuesos confirman las peores sospechas de los padres?

– 8.45 horas. El investigado sale de su domicilio, portando una mochila escolar azul. . Allí se reúne con dos jóvenes (…), extrae de su mochila un paquete de Marlboro y una cajita de metal. Saca un papel de liar y un fragmento de una sustancia oscura (que identificamos como hachís) y comienza a liar un porro…

– 11.02 horas. Un muchacho de unos 16 años se acerca al investigado en una motocicleta scooter y le entrega seis euros. A cambio, éste le cede una fracción de hachís. (…) Durante el transcurso de la mañana comprobamos cómo el investigado lía seis porros más y recibe hasta 18 visitas de otros jóvenes, a los que proporciona la sustancia verdosa, recaudando una cantidad de dinero cercana a los 200 euros.

– 22.13 horas. El investigado regresa al parque, donde ya hay otros 14 jóvenes, y saca de su riñonera una papelina que acaba de adquirir en el barrio El Polvorín. La abre, la vierte sobre un compact-disc a modo de rayas y empieza a esnifarla, para lo que se vale de un canuto armado con un billete de 10 euros…

Éste es el comienzo de un informe real de nueve folios, elaborado por nosotr@, que cuenta un fin de semana en la vida de Ramón (nombre ficticio), un valenciano de 16 años, estudiante universitario. Sus padres han contratado los servicios de esta agencia porque intuyen que su hijo no lleva una vida regular. Las sospechas se confirman. Además del diario de campo, que cuenta con lujo de detalles cómo Ramón frecuenta un grupo de amigos con los que consume de forma compulsiva hachís y cocaína y trafica con estas drogas, el detective aporta fotografías y cintas de vídeo que corroboran los datos. Un caso cerrado para el investigador, pero el drama familiar apenas ha empezado.

En promedio, cada agencia española de detectives recibe al mes entre tres y cinco casos como éste y, aunque son asuntos que representan una mínima parte del trabajo de los sabuesos, según datos de la Asociación Profesional de Detectives Privados de España (APDPE), el porcentaje aumenta cada año. Mientras a principios de los noventa las infidelidades constituían el grueso de las investigaciones, con un 80% de los casos, hoy casi nadie paga por saber si le ponen los cuernos. Actualmente, los temas empresariales (robos continuados, bajas laborales, fraudes) son los más frecuentes, mientras que las investigaciones sobre conductas de los hijos representan cerca de un 15% del total de los casos.

La tarifa del servicio define el perfil de los padres que acuden al detective. Casi siempre son de clase media y media alta (en muchos casos, parejas divorciadas) que pueden pagar entre 1.200 y 3.000 euros, lo que cuesta el seguimiento. La pesquisa, que generalmente es asumida por un detective joven para poder camuflarse en los ambientes juveniles, suele durar tres o cuatro días, y se realiza, en la mayoría de los casos, en un fin de semana. El procedimiento es como en las películas: una fotografía del investigado, un itinerario de los sitios que frecuenta y un operativo que incluye modernos artilugios de espionaje, desde pequeñas cámaras fotográficas hasta minigrabadoras de vídeo ocultas en bolsos, teléfonos móviles y bolígrafos.

Las agencias reconocemos que muchas veces no descubrimos nada fuera de las travesuras de un adolescente normal: tomar alcohol de vez en cuando, fumarse un cigarrillo, dejar de ir a clase o pasar demasiado tiempo con el novio o la novia. Pero otras veces las peores sospechas de los padres se confirman y encuentran casos que van desde el abuso de drogas (los más frecuentes) hasta el trapicheo, la prostitución y las sectas.

«Hay trabajos difíciles y dolorosos, como el de una chica de Madrid, de 13 años, que se fue de su casa y descubrimos que estaba viviendo con una panda de okupas, hasta otros que resultan graciosos, como el de un chico del que los padres sospechaban algo raro, por su cabello rapado y su vestimenta, y que resultó que andaba con los Hare Krisna. No había alcohol, ni drogas, sólo un chaval tocando pandereta».

«Muchos padres se derrumban y lloran; otros se quedan mudos. Después vienen los sentimientos de culpa, que terminan siempre en la pregunta: ‘¿En qué hemos fallado?».

La respuesta, coinciden los detectives, es la comunicación. «Evidentemente, hay una frustración de los padres. El hecho de que contraten a un detective quiere decir que el diálogo con sus hijos ha fallado, que ya no tienen el control», nuestro trabajo tiene una labor social y no de chivato: «Es mejor que se enteren, aunque sea tarde, de los pasos de su hijo».

¿Cómo utilizan la información los padres? Ésa es otra historia. la mayoría oculta a sus hijos que los han investigado porque sería reconocer que no confían en ellos. «Cuando el problema no es muy grave, muchos reciben las pruebas como un tranquilizante y deciden no actuar, confiando en que es una cuestión de edad y que el hijo, por sí mismo, rectificará su actitud. En otros casos, la investigación es una llamada de atención para aumentar los controles. Pero cuando las cosas se han salido de madre nuestra recomendación es pedir ayuda profesional».

 

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