En 1856 una mujer se presentó en las oficinas de Pinkerton, la recién nacida agencia de detectives privados de Estados Unidos. Buscaba trabajo. Pero no se iba a conformar con un puesto de administrativa o de limpiadora. Estaba totalmente decidida: ella investigaría crímenes.
Así, Kate Warne se convirtó en la primera mujer detective.
Su carrera duró solo 12 años, pero en ese tiempo logró grandes hitos, entre ellos, salvar la vida del presidente Abraham Lincoln.
Aunque esto ya sería suficiente para ser una figura ampliamente conocida, poco sabemos de ella, especialmente antes de formar parte de las filas de Pinkerton, salvo que nació como Angie M. Warne en 1833, Erin, un pueblo del condado de Chemung (Nueva York).
Y lo que se conoce de ella como investigadora llega a nosotros, sobre todo, a partir de los libros que escribió su empleador, Allan Pinkerton.
Con 23 años, Allan Pinkerton (1819, Glasgow), emigró desde su Escocia natal a Estados Unidos. Allí abrió un negocio de fabricación de barriles. Pero el destino le tenía deparado otro rumbo.
Cuando buscaba madera para su empresa, se topó con lo que sospechaba era una banda de falsificadores. De modo infromal empezó a vigilarlos hasta que se les capturó. Así empezaron a llamarlo para asuntos «que requerían habilidad detectivesca», como el mismo recuerda en los diversos libros que escribió.
Pronto ganó un trabajo como adjunto de sheriff hasta que en 1849 se convirtió en el primer detective de Chicago. En esa misma ciudad y solo un año después, en el número 80 de la Washington Street, abrió la firma de investigación privada primero conocida como North-Western Police Agency y que, a la larga, se convirtió en la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, una de las primeras de su tipo en Estados Unidos.
Los servicios que ofrecía eran variados, aunque todos dentro del mismo ramo: detectives privados, espías y seguridad privada.
Usaron técnicas innovadoras y eficaces para desarrollar sus actividades y, aunque hoy algunas de ellas nos parezcan obvias, como que personas de distinta tipología se usen para infiltrarse en determinados sitios para pasar desapercibidos, en su momento fueron una innovación.
Innovador fue también su código de conducta, que estipulaba no aceptar sobornos, no transigir con los delincuentes o siempre asociarse con la institución local responsable del cumplimiento de la ley.
Si esto en la actualidad nos parece normal, debemos recordar el contexto en el que nace la agencia, cuando en lugares como el «salvaje oeste» imperaba la ley del más fuerte.
Sus primeros encargos fueron cazar a forajidos y proteger a los trenes de posibles asaltantes.
Seis años después la demanda de sus servicios aumentó tanto que Allan Pinkerton tuvo que poner un anuncio en el periódico de Chicago con una oferta de trabajo.
Así fue como Kate Warne llamó a su puerta.
Allan Pinkerton relata cómo una joven «de estatura superior a la media, delgada, elegante en sus movimientos y perfectamente serena en sus modales» se presentó una tarde en su oficina «diciendo que era viuda y que había venido a preguntar si no la contrataría como detective».
Pinkerton relata sus primeras impresiones sobre Warne:
«Observé que sus rasgos, aunque no eran lo que llamaría hermosos, eran de un molde decididamente intelectual. Sus ojos eran muy atractivos, azul oscuro y llenos de fuego. Tenía un rostro ancho y honesto, lo que podría hacer que alguien en apuros instintivamente la eligiera como confidente, alguien en quien confiar en un momento de dolor, en quien buscar consuelo».
Según el relato de Pinkerton, aunque remarcó que no era costumbre emplear a mujeres como detectives, preguntó qué pensaba que podría hacer en ese cargo.
Kate Warne no dudó: ella, por su condición de mujer, podría ir y sonsacar secretos en muchos lugares a los que era imposible que los detectives hombres tuvieran acceso.
«Dio razones excelentes por las que podría ser de utilidad», señala el escocés en sus apuntes.
Y, claro, no olvidemos que esto era 1856, por lo que no sorprende que Allan Pinkerton, ante lo tajante de su interlocutora, dijera que «parecía poseer los atributos masculinos de firmeza y decisión, solo que había puesto todas sus facultades bajo control».
Kate Warne logró su objetivo. «Decidí al menos intentarlo», dijo Pinkerton.
Poco tardó Kate Warne en sobresalir.
«Estuvo más allá de mis expectativas y pronto descubrí que era una adquisición invaluable», dijo Pinkerton sobre ella tras haberle asignado un primer caso.
Vinieron más y, con ellos, las estratagemas para conseguir información como el cambio de identidades, de disfraces y acentos que la llevaron a ser desde una sureña de la alta sociedad, una adivina o la hermana de un presidente Lincoln de incógnito.
A Warne le era sencillo conseguir que los hombres alardearan con ella sobre sus hazañas criminales. Y otra de sus técnicas era hacerse amiga de las esposas y novias de los presuntos delincuentes. Se ganaba su confianza y les sacaba información que previamente sus parejas les habían revelado.
Uno de sus hitos fue en 1858, cuando la Adams Express Company empezó a sufrir una serie de desfalcos y no daban con el culpable, que ya se había hecho con más de US$50.000.
El responsable de la compañía le escribió a Allan Pinkerton:
«¿Puedes enviarme un hombre, mitad caballo y mitad caimán? ¡Me han «mordido» una vez más! ¿Cuándo puedes enviarlo?
El dueño de la compañía mandó a Warne que, para la ocasión, adoptó la identidad de Madam Imbert, sureña y con un marido preso. Con esta historia, Kate se hizo amiga de la esposa del sospechoso, logró recaudar la evidencia necesaria y asegurar la devolución de una buena parte del botín.
Viendo el valor de la perspectiva femenina en el campo de la investigación y los buenos resultados que estaba dando el trabajo de Kate Warne, Allan Pinkerton creó en 1860 una Oficina de Detectives Femeninos y la puso al frente.
Así, ayudó a muchas otras mujeres a aprender el oficio de detective privado hasta su muerte, en 1868, por una neumonía.
Además de estar al cargo de la sección femenina de la agencia, Kate Warne siguió con su trabajo de campo en los años siguientes.
Algo que la llevó, por ejemplo, a ser oficial de inteligencia durante la Guerra Civil estadounidense del lado de la Unión, la franja Norte del país que permaneció al lado de Abraham Linconl cuando éste fue elegido como presidente y abolió la esclavitud.
Pero antes de eso, tuvo su misión más conocida: impedir el asesinato del mismísimo Lincoln.
Tras su elección en noviembre de 1960, la toma de posesión estaba prevista para el 4 de marzo del siguiente año. Pero un grupo de gente del Sur estaba dispuesto a que eso no sucediera.
Antes de llegar a Washington DC, programó un viaje donde pasaría por varias ciudades saliendo desde su casa en Springfield (Illinois). El trayecto duraba 11 días, lo haría en tren y debía pasar por un punto en donde Lincoln no se daría precisamente un baño de masas: Baltimore, en el estado esclavista de Maryland.
Al saber la ruta presidencial, un grupo armó un complot para matarlo en el momento exacto en que pusiera sus pies en Baltimore.
Allan Pinkerton tuvo conocimiento de esto, fue a Baltimore a investigar y así se lo hizo saber a Norman B. Judd, un integrante de la comitiva del presidente electo. «No divulgó a nadie esta información para no ocasionar una ansiedad indebida, sabiendo que yo estaba sobre el terreno y se podía confiar en que actuaría en el momento adecuado», relata en uno de sus libros.
Junto a los hombres que ya tenía en la zona, también estaba Warne, quien por aquel entonces ocupaba el cargo de superintendente en la agencia.
El grupo hizo una operación encubierta contrarreloj no solo para descubrir los detalles del complot, también para proteger a Lincoln. Usaron nombres y disfraces falsos y llegaron a infiltrarse entre los subversivos.
«Había llegado varios días antes y ya había hecho notables progresos en el cultivo de la relación con las esposas e hijas de los conspiradores«, escribió Pinkerton sobre Kate Warne.
Obtuvieron las pruebas, horarios y modus operandi de los conspiradores. Una ordenanza municipal impedía que el tren pasara por el centro de Baltimore con el objetivo de evitar el ruido. Así que, entre las estaciones de Presidente Street y Camden Street, los pasajeros iban en los vagones, pero éstos iban tirados por caballos. En ese trasbordo, que implicaba desengarnchar vagones, enganchar caballos, transitar las vías y vuelta a empezar, atacarían.
Ahora tocaba proteger a Lincoln.
Horas antes de partir a Baltimore, Lincoln tenía una cita ineludible en Pensilvania para hacer un homenaje a George Washington. Allí proclamó en un discurso: «Si este país no puede salvarse sin renunciar a ese principio… Prefiero ser asesinado en este lugar que entregarlo».
El presidente conocía la trama. Pero también la solución.
Esa noche, mientras estaba en una reunión, alguien le dio un golpecito en el hombro. La señal. Salió del salón donde se encontraba hablando con el gobernador de Pensilvania, Andrew G. Curtin, quien estaba al tanto del plan para ocultarlo.
Disfrazaron a la persona más reconocible y carismática de Estados Unidos en ese momento y lo hicieron pasar por un señor mayor, inválido.
Warne había pagado para tener a su disposición la parte final de un coche cama con una excusa perfecta: lo necesitaba para su hermano inválido. El vagón estaba separado por una cortina de modo que nadie viera quién lo ocupaba.
Cuando Lincoln llegó al lugar, cuenta Pinkerton, «Warne se adelantó, saludó de modo familar al presidente, como su hermano, entramos en el coche cama por la puerta trasera sin demoras innecesarias y sin que nadie se diera cuenta del distinguido pasajero que había llegado«.
Para asegurarse aún más, las líneas telegráficas de Baltimore fueron cortadas para evitar cualquier comunicación entre los conspiradores e idearon que el presidente viajara de noche.
En todo el camino, Kate Warnes estuvo a su lado. La leyenda cuenta que no pegó un ojo en todo el viaje hasta Washington DC y que de ahí proviene el slogan de la Agencia Pinkterton: «We Never Spleep» (Nunca dormimos).
Kate Warne era parte del logro: con sus disfaces, Lincoln llegó sano y salvo a Washington DC.
El presidente no correría la misma suerte apenas 4 años después en el teatro Ford donde, finalmente, fue asesinado.