Capítulo I. Bloque 5: LA REALIDAD DE LOS DETECTIVES PRIVADOS EN VALENCIA Ábaco detectives Valencia.

Mientras el señor Bashiri sacaba “lo de siempre” para dos, según la orden de mi anfitrión, salió el tema que menos me apetecía tratar. Miguel me puso al día de los detalles que conocía sobre la detención de María. Todo apuntaba a que, efectivamente, se trataba de un cabeza de turco, en cuanto al comisario que llevaba el tema, Miguel lo calificó como el “tonto necesario” para llevar a cabo toda la puesta en escena. Lo conocía de años atrás y sabía que lo habían puesto de guinda en el pastel por su mala relación con el colectivo investigador. No me dijo el motivo ni yo se lo pregunté.

Después empezó a echar pestes y procuré desconectar. Era más agradable el curry de pollo que las zancadillas a la profesión de detective privado en Valencia ciudad. Si debía quedarme con algo de lo que había sido hasta la fecha mi carrera en la investigación, era la enriquecedora sensación que queda después de ayudar a alguien a resolver un problema, y verlo en su mirada. Miguel no conocía esa sensación tan intensamente como yo por la naturaleza de sus trabajos, o eso pensaba yo.

La versión romántica de la investigación que tiene el 90% de la población, se encuentra relativamente lejos de la realidad. Sin embargo, solo relativamente, porque la realidad del detective privado en Valencia es también romántica. Cada espera, cada seguimiento, cada resolución a un problema personal o laboral encierra una historia, unos personajes y las sensaciones de éstos.

La cuenta había incluido un par de chupitos de un mejunje oscuro e intenso, que competía en mi estómago con el curry picante. De momento iban empatados. Después de pagar, Miguel se alejó como vino, en bicicleta. Yo caminaba con la sensación de que el día había sido largo. El pensamiento de que me había saltado un día o la noche comenzaba a convertirse en creencia. El sueño se unió al recuerdo del trabajo de oficina que me esperaba al día siguiente, en un dar vueltas en la cama sin coherencia suficiente para levantarme. El mejunje empató con el curry, pero cumplió su cometido y caí dormida en un profundo sueño condenado a terminar antes de comenzar.

La mañana siguiente transcurrió con más pena que gloria, redactando tres informes. Pretendía tenerlos listos y entregados antes de largarme a Tánger y solo disponía de aquel día. Estiré la mañana al máximo y así disponer de una tarde para los recaditos pendientes y algunas compras de última hora. Mario, un experto en la electrónica dedicada a la investigación al que recurríamos algunos de los detectives en Valencia, me había hablado de una grabadora diminuta y de increíbles prestaciones. Aunque cansada de comprobar la falsa promesa de miles de artilugios, confiaba lo suficiente en Mario como para hacerle una visita.

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