Investigación en internet cap.2 p.7

Investigación en internet:

Investigación en internet: Un autobús frenó de forma brusca evitando atropellar a un ciclista urbanita y despistado, justo antes de que el semáforo diese paso a los peatones. El tráfico comenzaba a densificarse por lo cercano de la hora punta, las calles del centro se convertían en colecciones de seres diferentes, con vidas diferentes y secretos parecidos.

El pitido impaciente de un coche me sacó de mis pensamientos y crucé la calle esquivando los coches parados.

Durante la tarde me tomé con calma la edición del video de la junta de vecinos y redacté el informe para Teresa, la administradora de fincas conflictivas. Investigación en internet: cuando tuve el informe terminado y solo entonces, volví a buscar a Marta Guerrero en la red y recopilé toda la información que pude. Cuando acabé, tenía una especie de vida laboral de la dama. Entre los archivos relacionados con ella, figuraba una sentencia de la Audiencia Provincial en la que aparecía como representante jurídico de los laboratorios AKRONA, que resultaban condenados a costas, multa e indemnización a un tal Oscar nosécuantos. Busqué la página de los laboratorios y en ella algunos nombres. Anoté unos dieciséis nombres en dos listados, uno de hombres y otro de mujeres. No sabía por qué pero algo me decía que debía seguir buscando. Investigación en internet.

Preparé rápidamente la gestión y llamé a un teléfono fijo que figuraba en una de las páginas visitadas, se trataba del bufete en el que trabajaba la señora Guerrero. Me respondió una señorita con acento catalán que me informó de que la abogada no se encontraba ya en el lugar. Aproveché la ocasión para dejarle un mensaje envenenado, sin mensaje. “Dígale por favor que le ha llamado la señora Maluenda”. No pude resistir la tentación y seguí mi instinto. La secretaria tomó nota de mi recado y del número de teléfono que le dí.

Me decidí por los nombres masculinos y los introduje uno por uno en el buscador (Investigación en internet). Hora y media después descubrí algo que sospechaba de alguna forma: Nicolás Dospins, socio accionista y asesor jurídico de los laboratorios. Aquello justificaba de sobra mi teoría, en la que Jacinto Vega aparecía como el tonto útil. Preparé todo el material que tenía y redacté el informe.

Además de la grabación en la que aparecía Jacinto Vega muy acaramelado con Marta Guerrero, incluí las distintas capturas de pantalla que consideré relevantes tras mi Investigación en internet.

“Don Nicolás Dospins socio accionista y asesor jurídico de los laboratorios AKRONA está casado con doña Marta Guerrero”, puse a modo de introducción.

AKRONA, según publicaciones de economía, se encontraba hacía poco menos de un año al borde de la quiebra y de un concurso de acreedores, después de tres sentencias condenatorias. Sin embargo, la salida exprés de dos patentes al mercado, habían conseguido salvar a la entidad del inminente final, consiguiendo con ellas nuevos contratos. Las dos patentes resultaban demasiado parecidas a las que KNESIS había desarrollado poco antes sin fortuna en fechas demasiado similares. La señora Guerrero que se había licenciado en la misma promoción de derecho que Jacinto Vega, conocía la situación a la que se enfrentaba de cumplirse las perspectivas anunciadas. Todo aquello de lo que disfrutaba quedaría en nada si quebraba la empresa de la que dependía el bienestar de la familia. Conociendo la posición de su viejo compañero de estudios, parecía evidente el camino a seguir. Buscó, localizó y cazó a la presa, que era el señor Vega. Al parecer una presa fácil. Lo cameló y se metió en su bragueta con la intención de rentabilizar la situación. Cosa que evidentemente consiguió sonsacando información a Vega que ni siquiera fue consciente de en qué estaba participando. Durante sus encuentros, no es de extrañar que manipulase alguno de los terminales de Vega para robarle directamente la información sin que él mismo se la diese conscientemente.

Terminé el informé y lo encuaderné. Lo coloque en una carpeta junto con el DVD que contenía las imágenes y lo dejé sobre mi mesa esperando al día siguiente.

Aquella noche volví a disfrutar de mi soledad. Carla había vuelto con Axel, otra vez. Lo agradecí. Cogí uno de mis libros de cabecera con mejores intenciones que resultado, pero Alistair McClean no consiguió evitar que me durmiera a las tres páginas, había sido un día demasiado denso y se hizo sentir.

Dormí de un tirón, como hacía tiempo que no sucedía, y me levanté pronto, como de costumbre. Era demasiado temprano para llamar a nadie y demasiado tarde para volver a la cama. Decidí darle otra a McClean y me llevé “La muñeca ahorcada” a la mesa de la cocina.  La lectura me abstrajo y no reparé en la hora. Eran las nueve y media cuando sonó el timbre de la puerta expulsándome de las peripecias de Mr. Sherman. Una voz conocida respondió a mi pregunta, era Antonio, el septuagenario novio de Julia que ahora se llamaba Julie.

Había venido, según me dijo al llegar al rellano por las escaleras con paso lento pero firme,  para agradecerme en persona la localización de su amada. Me contó tomando un café que le ofrecí, que había hablado con Julia, como la seguía llamando. Sus ojos tenían un brillo que los hacía más jóvenes que la última vez. Después quiso saldar cuentas, pero me negué porque después de todo, no me había supuesto ningún gasto y, sobre todo, porque me sentí muy bien al hablar con Julia y al darle la noticia a Antonio. Al final accedió, no sin insistir mucho, y con la condición de pasar a verme algún día con Julia para presentarnos. Se lo agradecí y se marchó satisfecho.

Volví a la realidad y encendí el móvil. Había varias llamadas perdidas de Rafa, un compañero de Madrid. Un mensaje suyo en el contestador me explicaba que había vuelto a casa después de tres semanas de investigación cerca del lago Lilia, en Dinamarca. Aquella era la forma habitual de comunicarnos, a través del contestador.

Un pálpito me llevó a encender el móvil que reservo para llamadas conflictivas. Era el número que dí a la secretaria del bufete donde trabajaba Marta Guerrero. Investigación en internet, cuando la pantalla se encendió y el terminal acabó su búsqueda de red, el pequeño icono de llamadas perdidas no me sorprendió al aparecer. Era previsible que la dama le devolviera la llamada a la señora Maluenda, y así lo esperaba yo. Miré la hora de la llamada y el número. La había hecho a las nueve en punto y eso indicaba que la había realizado en cuanto el recado llegó a sus manos. La premura hablaba de sorpresa y podía imaginar su cara. Aquello me daba la ventaja que necesitaba y pulsé la rellamada.

Tardó en responder y la imaginé dudando en responder, aunque tal vez, simplemente tenía el móvil en el bolso, lo cual retrasa siempre la respuesta.

Cuando respondió, lo hizo con voz indecisa y lo aproveché. No dije quién era ni desmentí su creencia de que la llamaba Cristina Maluenda. Le informé, no solo de que conocía su aventura con Jacinto, sino que además tenía pruebas de su incipiente carrera como espía corporativo. Su negación duró tan solo el tiempo que dejé que el silencio fuera suyo, pero contraataqué con rapidez. Cuando nombré a su marido implicándolo en la trama se derrumbó momentáneamente y conseguí escuchar de sus labios algo similar a una admisión de los hechos, aunque enseguida trató de desdecirse. Como ya tenía suficiente, le dije que solo la había llamado para decirle que conocía su secreto. Me despedí y colgué.Investigación en internet.

Sin darme cuenta, me había levantado de la silla de trabajo y me encontraba de pie frente a la ventana del despacho. Me senté y comprobé la aplicación que grababa y archivaba automáticamente las conversaciones del terminal. Escuché la conversación palabra por palabra y una sonrisa de satisfacción se dibujó en mi cara. Aquel era el momento que esperaba para cerrar la investigación. Después de volcar la grabación en un pen-drive, que adjunté a la carpeta del informe y al DVD, llamé a Pizcueta. Le cité a él y a Maluenda, ésta vez en mi despacho. Intentó negociar la hora pero terminó aceptando la que le dí.

A las dos y media de la tarde, Pizcueta y su representado acudieron a mi despacho. Leonardo Maluenda se debatía entre la satisfacción, el asombro y la decepción. Después de explicarles lo que luego podrían leer en el informe, les evité ver el video pero puse la conversación grabada y subí el volumen del portátil. La mirada de Maluenda se iluminó cuando escuchó la admisión de los hechos que Marta me había dedicado solo unas horas antes.

Cuando terminé la explicación, Maluenda extrajo su chequera, escribió una cantidad y firmó un cheque que me entregó doblado. Al despedirse, Maluenda me dio las gracias y Pizcueta me dedicó una mirada que podría haber sido de admiración. La encaje fácilmente y me apoyé en la puerta tras cerrarla.

Agradecí no tener que entregar al DVD a Cristina, no me gusta confirmar a nadie el engaño de su cónyuge, menos aún comunicar la noticia por sorpresa.

Tenía hambre y la compra con la que Carla había decorado mi nevera no cumplía los mínimos para un picoteo rápido. Mientras pensaba esto, reparé en el cheque doblado que reposaba sobre mi mesa. Al abrirlo descubrí la cantidad con la que Maluenda valoraba mis servicios. Salí a comer fuera y me tomé el resto de la tarde libre.

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