Día de la mujer detective cap.3 p.1

Día de la mujer detective

Día de la mujer detective. Aquel 8 de marzo suponía un día especial, la huelga general del día de la mujer, quizá, supusiese un antes y un después. Mis dudas estaban justificadas por décadas de indiferencia social ante las más que evidentes diferencias sociales. La manifestación comenzaba a las seis de la tarde, y aunque tuve una primera intención de acudir a la cita con unas amigas, mis intenciones se vieron frustradas por la imperiosa necesidad de terminar un informe demasiado complejo para postergarlo un día. Mi amiga Fabienne llamó a mi teléfono, pensé que con la misma idea de ir a la manifestación, pero me confirmó que tampoco acudiría porque los americanos no se lo ponían muy fácil y se encontraba a medio camino entre la desesperación y el suicidio por unos documentos que debía traducir ella misma, ya que los americanos no se encargaban de esos menesteres, para un distribuidor. Las mujeres autónomas no deciden cuando hacer huelga.

Carla, en cambio, sí se fue a la manifestación ya que la Pinnacle la había dejado tirada apoyada por el programa fechador que también se habían declarado en huelga ante tamaña cantidad de trabajo que hacer.

Los clientes tampoco habían valorado la posibilidad de que yo desease asistir a la concentración feminista, y decidieron hacerlo patente. Dos llamadas después me encontraba planificando la próxima semana y el resto de la que estaba en curso porque no había como hacer encajar en las horas disponibles la cantidad urgente de trabajo que se iba acumulando en las páginas en sucio que iba rellenando según me dictaban las llamadas.

Carolina, una de mis abogadas favoritas, me había llamado después de más de un mes de dudas acerca de si contratar a un detective o no, las clientas se habían decidido con dos meses de retraso ya que el juicio era en la segunda quincena del mes en curso. Si los clientes valorasen en algún momento la amplitud del trabajo que requieren sus encargos, quizá madrugarían un poco más en cuanto a la toma de la decisión de contratar los servicios de los detectives.Día de la mujer detective.

Carla tendría que hacerse cargo de aquel asunto al día siguiente por que el informe que me encontraba concluyendo me iba a llevar más de un día de redacción y montaje. Pero el asunto que más me preocupaba era uno que llevábamos más de seis meses entre manos, y en el que se encontraba en peligro la integridad de un niño. El padre, recién divorciado, era un consumidor habitual de sustancias estimulantes, que además guardaba el hábito de pasarse por el forro la custodia del niño los días que se habían estipulado que él debía encargarse de ello. El elemento en cuestión, según la madre, se deshacía de sus obligaciones cuando le venía en gana. También cuando le venía en gana, cambiaba el plan según sus expectativas, ya que en aquellos momentos no se dedicaba a nada en concreto, salvo a contratar los servicio de señoritas en casas de masaje con final feliz que lo hacían también a domicilio. Obviamente las atribuciones de los detectives no incluyen entrar a las casas de nuestros investigados y rescatar a los niños de las tropelías que sus progenitores puedan cometer en su presencia. Aunque, ni qué decir tiene que, sería lo más razonable y significaría vulnerar un derecho en beneficio de un bien mucho mayor, pero bueno, no deseo entablar una discusión monologada e ignorada con la clase jurista, de la que por cierto, guardo buenas amistades que asienten ante mi posición cuando me lanzo y la expongo públicamente ante un aforo limitado previa ingestión etílica compartida también.

Otro de los temas de nueva factura iba a ser, de nuevo, el seguimiento a uno de esos elementos que pasan durante largo tiempo como grandes iconos de la política regional, para convertirse de la noche a la mañana en imputados, o como la clase legislativa (futuribles imputados), se ha empeñado en llamarlos ahora: investigados. Nadie quiere mojar del todo el pan en la salsa, por si se les deshace antes de llevarlo a la boca. El animalito había sisado a las arcas públicas, siempre presuntamente, algo más de millón y medio de euros, de esos que ponemos en la hucha los comunes de los mortales, o sea, el populacho. No he sido nunca amiga de tildar las cosas por el nombre que la masa se empeña en darles, entre otras cosas porque creo que un error no deja de serlo porque lo cometan más personas, y sobre todo, porque como decía el sabio, la masa es un animal que o no piensa o piensa muy mal. Sin embargo, en aquel caso no pude dudar de que se tratara efectivamente del  típico tópico del empresario venido a más por sus contactos en la administración, que hace de su modo de vida una forma de vida. Debía entrevistarme con el primo de mi cliente en una localidad de la que desconocía todo salvo el nombre y su ubicación. Como era de esperar, se trataba de uno de esos personajes que no tiene ni tiempo ni ganas, por lo que me vi obligada a desplazarme yo. Nos citamos en un local a partes iguales entre cafetería y restaurante, con las dos nomenclaturas mermadas en una gran proporción. El tipo debería haber sido arrestado nada más pisar la calle. Lucía un reloj de pulsera de oro que, a grandes rasgos me atreví a valorar en unos quince mil euros. Un polo azul descolorido y un pantalón rojo, lo hacían parecer el modelo atemporal de una mala empresa de publicidad. Cuando se aproximó sin dudar a mí, pues era la única mujer de aquel local, pude observar una tripa caída y una desportillada boca que exhibía en una amplia sonrisa como si todo el mundo debiera contemplarla. El peluquín terminaba el conjunto con bastante poco éxito. Se suponía que aquel elemento debía aclararme los detalles que mi cliente desconocía. El primo era quien había convivido en la misma administración con el futuro investigado. A bote pronto no supe qué pensar cuando el denunciante hacía honor a tiempos pretéritos de terratenientes y concejales con demasiado poder, mientras que el investigado hacía honor al modelo de político moderno preocupado por los problemas sociales. Aunque solo fuera de cara a la galería la imagen contradecía la primera impresión que la llamada de un cliente despierta en un detective. Quizá fiarse de las primeras impresiones sea un error muy común y atribuible a una suerte de ignorancia y desconocimiento personal, pero cuando el elemento comenzó su perorata no pude sino confirmar mi primera impresión.

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