Detectives en el extranjero,Cap.2, p.5

Detectives en el extranjero, investigaciones en Francia.

Detectives en el extranjero. Aunque no dejaba de darle vueltas al encargo de Maluenda, tampoco podía ocultar una cierta desazón por confirmar los datos de Fabienne y poder darle una buena noticia a Antonio. Y así, entre la ternura y el más básico pragmatismo llegué al despacho. En google aparecieron varias entradas cuando tecleé el nombre copiado de la pantalla del móvil. Julie du Croix; había traducido literalmente su nombre a su lengua adoptiva;  aparecía en la página del colegio Adrienne Bolland en Bessières, una población ubicada en el distrito de Toulouse, al sur de Francia. Al pie de foto, se podía leer algo que acerté a traducir por algo así como “fiesta de jubilación y homenaje a una vida dedicada a la enseñanza”. Me pregunté si acabaríamos siendo detectives en el extranjero. La fecha de la publicación se remontaba ocho meses atrás, era lo suficientemente reciente como para intentar localizarla en la misma población. Era lo bastante temprano para suponer que la secretaría del colegio respondería mi llamada. Mi francés no es demasiado fluido, pero tuve suerte y la voz amable y cálida al otro lado se esforzó lo suficiente para entenderme. La señorita du Croix residía en su domicilio habitual, de hecho seguía colaborando en algunas actividades del colegio. No quiso darme ningún dato más, lo que me pareció lógico y respetuoso, pero sí accedió a tomar nota de mi teléfono y a comunicar a “mademoiselle” du Croix mi llamada. La había llamado “señorita”,  y no acerté a imaginar si se trataba de una realidad o de un simple lapsus. Al colgar me sentía mejor, más liviana, mientras imaginaba el momento de darle la noticia a Antonio. Volví a poner los pies en la tierra y me recordé que aún debía devolverme la llamada, y que en caso contrario, debería confirmar que se trataba de la persona que buscaba.

Me centré en la conversación que minutos antes había tenido y tomé unas notas en una hoja a vuelapluma. Traté de hacer una composición de lugar con lo que había sacado de Maluenda. El resultado fue que no cuadraba en absoluto la escena que se había dibujado en mi mente, fruto de la entrevista con Pizcueta, de la que ahora se componía hilando las notas extraídas de lo expuesto por Maluenda. Intenté diseñar un plan de investigación, pero no tenía nada, así que decidí comenzar por donde me indicaba el cliente. De una u otra forma, si había algo lo encontraría.

La investigación no se hizo esperar y al día siguiente me puse manos a la obra. Jacinto Vega residía, como la mayor parte de la clase media alta, en una urbanización del interior de Valencia, una de esas zonas apartadas y con muy pocos servicios cerca. Era un lugar con poca y mala accesibilidad que tanto odio; una de esas fortalezas disfrazadas de urbanización elitista, que parecen ciudades fantasma. Los temas que me llevan a lugares similares acaban convirtiéndose en retos personales que, por las dificultades añadidas, suponen una motivación extra donde me empleo a fondo. Esta vez no fue diferente y me convertí en la sombra de Jacinto Vega durante dos días completos. Durante el tercer día, estaba pensando en cambiar de estrategia cuando me sorprendió aquel tipo simplón y de costumbres casi obsesivas, con la compañía de una mujer que no era Cristina Maluenda, a quien conocía por algún artículo que había leído en revistas de farmacología, donde aparecía fotografiada junto a su padre en el hall de los laboratorios KNESIS.

Aunque me sorprendía, el hecho era que Vega estaba con una mujer, en una actitud acaramelada. Aunque quizá “acaramelado” resultaba un término excesivo dado el carácter de mi investigado. La mujer se conducía con seguridad y daba la impresión de manejar la situación, lo cual tampoco sorprendía. Entraron en el vehículo del investigado y Vega condujo hasta un hotel del extrarradio. El poco tiempo que se detuvieron en la recepción del hotel, me hizo sospechar que ya habían estado antes, al menos ella, porque se limitaron a pedir la llave de su habitación a la joven que atendía la recepción del hotel. Detectives en el extranjero.

Esperé otras dos horas y media hasta que decidieron salir de la habitación para comer algo en la terraza que hacía de comedor exterior. Después otra hora más hasta que mi investigado salió solo en su vehículo del parking del hotel. Durante las horas de espera tuve tiempo de valorar qué me interesaba más hacer en aquella situación. Ella parecía más interesante a mi investigación que el señor Vega y dejé marchar el Infinity gris al encuentro de su esposa, la señora Maluenda. El hecho de que se quedara sola en el hotel me pareció extraño y supuse que no tardaría en abandonarlo. Esperé el resto de la tarde frente a la puerta principal del hotel, con la suerte a mi favor, porque el parking solo tenía una entrada y salida y ambas se encontraban en la misma fachada del edificio. Mientras esperaba intenté identificar, en las ventanas iluminadas ya algunas por la hora crepuscular, alguna de las sombras que se insinuaban, desdibujadas tras las cortinas. Ya me veía pasando allí la noche a la espera de ver salir a la dama y seguirla hasta donde me llevase al día siguiente, cuando unos faros iluminados anunciaban un vehículo que abandonaba el aparcamiento. Dada mi posición, aparcada frente al hotel, tuve que esconderme para no ser vista por el o la conductora. Cuando el haz de los faros me indicó que el vehículo había girado, me incorporé y pude ver a duras penas a la dama conduciendo un A3 gris metalizado y cuya matrícula que me apresuré a anotar. Pensé en seguirla, pero decidí no apostar mi suerte, ya que no había muchos más vehículos y tenía más datos que cuando había comenzado el día.

La noche ya se había aferrado al cielo cuando regresaba al despacho, y de camino me llamaba Carla preocupada porque no había dado señales de vida en todo el día. Aquello consiguió hacerme sentir culpable por mi gesto de la mañana. Había sido un día muy largo y la invité a cenar dudando de la naturaleza de la compra con la que Carla habría llenado la nevera.

Cenamos en la cervecería de cuño español y ambientación germana situada frente al portal del despacho, me ví de nuevo, como los detectives en el extranjero. Creía ya terminado el día cuando descubrí con cierta ansiedad que no era así. Carla comenzó otro de los capítulos surrealistas de su relación con Axel. Habían quedado aquella misma tarde y todo parecía apuntar que la relación podría retomarse si se cumplían ciertas premisas impuestas de forma condicional por ella. El brillo de sus ojos mientras me contaba lo que habían hablado durante el café, contradecía la solemnidad de las palabras de Carla cuando pretendía mantenerse en sus trece si Axel no cumplía las condiciones de la tregua. Me obligué a escucharla solo por poder darle el consejo cuando al final de su narración me lo solicitase. Luchaba contra el bostezo y un mensaje entrante me dio la excusa para bajar la mirada y disfrazar mi bostezo mientras miraba la pantalla del móvil. Mi hermana había vuelto a discutir con su marido y buscaba un hombro telefónico en el que llorar. Pagué y salimos hacia el despacho, Carla esperando el consejo que no había pedido y yo deseando que mi hermana estuviera, al menos, tan cansada como yo.

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