Detectives abogados, Cap. 2, p. 1:

Detectives Abogados esa relación imprescibible.

Detectives abogados: De regreso al despacho, Pablo, un abogado penalista y también de civil, cuyo despacho está justo encima del mío, se interpuso en mi camino amenazándome con no hablarme más si volvía a rechazarle otra invitación a un café. No era más cafeína lo que necesitaba, pero acepté la invitación y ambos desviamos nuestros trayectos en pos de una cafetería tranquila y cálida para charlar. Mis motivos me conducían, como los suyos a él. Llevaba tirándome los tejos desde hacía dos años y yo había pecado de no ser lo suficientemente clara. Quizá tampoco lo intenté. detectives abogados con sus cautelas propias.

Mi objetivo, en cambio, era sacarle información acerca del abogado que me había dejado aquel taxativo mensaje en el contestador, Álvaro Pizcueta.

Pablo comenzó sin tregua a jugar con su corbata, un gesto que delataba su coqueteo, mientras trataba de informarse acerca de mis planes para el fin de semana. Yo no quise enfriar demasiado el ambiente recordándole que estaba casado, así que finté y le pregunté sin preámbulos por el tal Pizcueta.

Creí haberle dicho algo ofensivo por su reacción. Le costó desembuchar, pero enseguida comenzó una síntesis de las andanzas del pollo. Me sorprendió el relato. Se trataba de un auténtico tiburón que pasó de tener un pequeño despacho en las afueras a dirigir uno de los bufetes más caros y sofisticados de la ciudad. La procedencia de sus ingresos no dejaba lugar a dudas, trabajaba casi en exclusiva para el grupo KNESIS, un holding farmacéutico con intereses en todo tipo de ramas del sector de la salud. Pablo lo conocía desde que tuvo que lidiar con él en un proceso penal, representando a un particular que acusaba a la farmacéutica de negligencia en los controles de calidad. Me decía que se lo comieron con patatas sin siquiera opción al pataleo. Quedaba claro que cuando se muerde a uno de los grandes hay que tener los dientes afilados y ese no era el caso, ni siquiera con muertes de por medio. Detectives abogados una relación imprescindible que comenzaba a gestarse.

Terminé mi café extra y alegué el exceso de trabajo que me esperaba en el despacho para largarme sin responder, de palabra, a su invitación de fin de semana romántico. Ni era mi tipo ni era el momento. Mi concepto de los abogados suele oscilar tanto como el rango de personas con las que trato, sin embargo debo reconocer que no me parece un colectivo demasiado sano. En eso no se distinguen mucho del resto de colectivos que estamos expuestos a las virtudes del sistema y a la verdadera naturaleza humana. Quizá se trata más de desesperanza y pérdida de fe, que de colectivos profesionales como detectives abogados.

Alvaro Pizcueta y Albarde resultó encantador cuando le devolví la llamada. Me citó, previa consulta de la agenda, en su despacho de Cirilo Amorós. El edificio situado junto a una iglesia cargada de símbolos masones, es una construcción de principios del siglo pasado, en el que todo resalta por lo recargado y vistoso. Formas, materiales y tamaños resultan exacerbados nada más visualizar su fachada. En el portal cerrado, un conserje vestido de capitán general me escrutó con la mirada mientras preguntaba a donde me dirigía. Debo reconocer que el uniforme dio cierto peso a sus palabras, aportándoles autoridad. Cuando le recité nombre y apellidos de “don Alvaro”, como lo llamó el conserje, una sonrisa con aura de hipocresía, iluminó su cara y me indicó el camino con una reverencia solo apuntada por una leve inclinación del cuello.

Tras llamar al timbre, me recibió una chica que me condujo hasta la sala de espera. Pude escuchar a alguien voceando excitado y con cierta agresividad. A pesar de mi fino oído no conseguí entender sus palabras. La modelo de alta costura que hacía de recepcionista, me condujo a los pocos minutos hasta el despacho de don Alvaro. Al verlo me cuestioné seriamente el hecho de que realizaran casting para formar parte de la plantilla de aquel despacho. El espécimen en cuestión era guapísimo. De repente me imaginé como la protagonista de Erika Leonard James en el momento en que conoce a Grey. El adonis se presentó amable y me invito a tomar asiento. Lo hice junto a una gigantesca mesa de reuniones que gobernaba un despacho moderno y espacioso, lleno de lujos. Resultaba obvio que las cosas no le iban nada mal. Su aspecto denotaba cierto cansancio, quizá un día duro. El pelo alborotado y un nudo de corbata un tanto suelto, así parecían confirmarlo. Tras los comentarios de rigor, me explicó el motivo de contactar con Ábaco Detectives. Conocía nuestra forma de trabajar a través de un caso común, e hinchó mi ego hablando de nuestra forma de enfocar las investigaciones, la objetividad de la que hacíamos gala, incluso recordaba la ratificación del informe ante el juez, que calificó de muy diligente. Después congeló mi gesto al afirmar que nuestro informe, que le había deslumbrado de tal forma, le había hecho perder aquel juicio. Para desgracia de ambos, en aquella ocasión no había sido nuestro cliente. No quiso darme más detalles acerca del asunto y decidí  no indagar, tenía mis propios medios para informarme, después de todo yo era la detective. No dejó de sorprenderme la forma en que mi mirada se posó en su cara, su cuerpo, su… no suelo ser tan descarada y menos con un cliente. Fue entonces cuando mi Grey particular entró en materia sobre lo que necesitaba en esa ocasión.

 

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