Colegio detectives Valencia: La mañana siguiente desperté con una extraña ligereza que achaqué a dos circunstancias. La primera era el hecho de que había aceptado la posibilidad de que Pizcueta no contara conmigo para la investigación, y la segunda, y más cierta, la historia que había escuchado de labios de Antonio la tarde anterior. Era del tipo de historias que te hacen recuperar algo de la fe perdida en el ser humano a base de asomarse a los secretos de tantos de ellos.
Con legañas aún en los ojos, encendí el ordenador y le dí tiempo mientras me aseaba y desayunaba algo. Carla estaba de ocupa en la habitación auxiliar y se desperezaba cuando recorrí el pasillo con mi segundo café en la mano. Googleé a la novia perdida con los escasos datos que Antonio me había confiado sin ningún éxito, cosa que, por otro lado, esperaba. Me quedé ante la pantalla con la mirada perdida y decidí imprimir todos los informes para encuadernarlos y ponerles el certificado del Colegio de detectives privados Valencia. Pensé en la costumbre de los abogados de avisarme con el tiempo justo para que prepare las ratificaciones de los juicios y decidí adelantarme a los acontecimientos e hice las gestiones en el Colegio detectives Valencia.
Sonó el teléfono y me sobresaltó por lo temprano de la hora, eran las ocho y media. Era mi amiga Fabienne, una francesa con un acento que no deja lugar a dudas de su procedencia y un humor negro y contagioso. Estaba por el centro y me invitaba a tomar algo para charlar un rato. Una visita profesional postergada le había dejado un par de horas libres. Como mis informes se encontraban al día y la búsqueda de la novia emigrada no daba más de sí, de momento, acepté la invitación y dejé a Carla para que terminase de despertar y se pusiera en marcha.
Fabienne me esperaba en el mercado de Colón, en uno de los locales. Ya había pedido y despachaba una ensaimada y un cappuccino. Sonreí al verla con azúcar glas en la punta de la nariz. En el momento en que la iba a saludar, en mi mente se ligaron dos ideas. Fabienne es periodista de “Le Petit Journal” y mi novia emigrada se encontraba presuntamente en Francia, así que sin darle tiempo a que comenzase a hablar, le expuse el tema y tomó nota del nombre del que yo disponía. Fabienne había insistido en que probase una de aquellas ensaimadas y es difícil llevarle la contraria, de manera que hora y media después caminaba hacia Correos con dos desayunos en la tripa y sin demasiadas ganas de correr.
De regreso al despacho me detuvo el móvil con una llamada de Antonio, que aportaba un dato rescatado de su memoria, Julia quería ser maestra, se lo agradecí, tomé nota mental y le envié un mensaje a Fabienne para que sumase aquel dato al escueto listado.
A última hora de la tarde se puso en contacto conmigo el desterrado de mis planes Pizcueta. Me informaba de la cita que había concertado en su despacho para media mañana del día siguiente. El día había pasado de forma agradable, certificar la documentación en el Colegio detectives Valencia era clave para continuar, aunque poco fructífero con relación a la búsqueda de Julia. Una gestión de última hora me iba a hacer salir tarde para regresar más tarde aún. Una junta de vecinos conflictivos exigía una grabación con cámara oculta, ante la posibilidad de agresión a la administradora y al presidente de escalera. Este era el tipo de temas que hacen que pierda la fe en el ser humano. La junta terminaba a las doce de la noche, no sin la intervención de varios vecinos que se interpusieron entre el conflictivo y mis clientes. Teresa, la administradora me invitó a un vino que acepté gustosa para relajar la tensión de tan larga y abrupta junta de vecinos. Me despedí y tomé un taxi hacia casa con la intención necesaria de preparar una batería de preguntas que Maluenda debería responder al día siguiente.