Capítulo I. Bloque 10: DETECTIVE PRIVADO AMPLIANDO HORIZONTES Ábaco detectives Valencia.

Algo más de media hora les llevó la visita, de la que salió el coloso, a gatas de nuevo, y el dandi con una mochila de cuero bastante abultada. Pretendí seguirlos, pero un coche desvencijado los recogió y yo no tenía ni vehículo ni taxi a quien meter en una persecución. Me consolé pensando que aún debían confirmarme si la identidad del investigado era la correcta. Caminé hacia aquel bajo con discreción por si escuchaba o veía algo. No sucedió ni lo uno, ni lo otro y después de un par de garbeos para fisgar, continué mi visita de detective privado ni turística ni guiada.

Completé una más que fructífera visita por la ciudad. Desde las antaño heréticas callejuelas del Zoco Chico hasta las vanguardistas terrazas llenas de cafés, donde se reúnen nacionalidades muy variadas. Recorrí la ciudad hasta que el sol marcó la hora de regresar al hotel, o dicho de otro modo, hasta que una comitiva de coches negros como zapatos de charol estuvo a punto de atropellarme en su camino hacia el antiguo palacio de Mendoub. Se trata de una construcción de 1929 situado al norte de la ciudad, que sirve en la actualidad como edificio de acogida a destacados huéspedes extranjeros. Quizá la comitiva trasladaba a algún destacado emisario internacional y poco les importaba la integridad de una detective valenciana.

Con el tiempo justo de llegar al hotel, darme una ducha y vestirme, al bajar a recepción con la intención de tomar el aire, me encontré con Cecilia que ya me esperaba para conducirme por las calles de Tánger en busca de algún lugar donde cenar.

Tuve suerte porque el recorrido fue diferente al que yo había hecho durante la tarde. Me condujo por el centro de la medina hasta el Zoco Grande. Allí nos detuvimos en un pequeño bar donde, al parecer, conocían a Cecilia. El local se llamaba Al-Khasar y nos sirvió sus especialidades: carne picada especiada y verduras con un delicioso y crujiente rebozado. El hecho de que conocieran a Cecilia, ayudó a romper el mito de que en Marruecos no se bebe alcohol, ya que nos sirvieron un engañoso vino cuya etiqueta me sorprendió con sus letras árabes. Cecilia me contaba alguna historia acerca de algo denominado “majoun”, una especie de droga marroquí, con denominación de origen. Sin embargo, yo no estaba demasiado atenta a su conversación porque vi aparecer a aquel grandullón que había visto por la tarde acompañando al tal Jamil Balais. Estaba apoyado en la marquesina de la puerta del bar, parecía esperar a alguien. Yo desde luego deseaba que así fuese y que no se encontrase siguiendo mis pasos. Eso hubiera significado que yo había metido la pata sin saber en qué.

Me tranquilicé cuando apareció un tipo de similar complexión haciéndolo entrar en el local. Intenté encogerme para que no pudiesen verme y me lo facilitó el hecho de que ocupasen una de las mesas próximas a la puerta. Traté de prestar atención a lo que hacían, sin resultar impertinente a mi anfitriona. Resultaba difícil y por un momento me sentí mal al haberle ocultado mi profesión, pero decirle que dirigía una agencia de detectives en Valencia, no hubiese mejorado el momento. Culminamos la cena con un té de jazmín, clavo y jengibre, que además de ser una delicia, permitió esperar a que aquellos grandullones saliesen del bar antes que nosotras.

Mi cicerone particular decidió llevarme dando un paseo a uno de los lugares donde la noche tangerina ofrece un espectáculo grandioso. El Café Hafe es un local de nueva factura, al menos más moderno que los locales visitados hasta entonces. Situado en lo alto de los acantilados junto a la plaza de Faro, ofrece las mejores vistas de la medina, el puerto y la bahía.

No sabía qué decir y se me ocurrió preguntarle por algún Hamman para mujeres. Se rió y me miró extrañada. Comprendí enseguida mi ignorancia sobre la cultura islámica. Paseamos de nuevo hacia el centro y encontramos la calle Liberté, una de las arterias comerciales de la ciudad moderna. Cecilia continuó siendo la guía perfecta y me enseño el café de Paris y el Hotel Minzah donde, me dijo, habían sido habituales personalidades del arte y la literatura de finales del XIX y principios del XX. “Una época dorada para el teatro Cervantes”, declaró con melancolía.

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