Busco detective privado Cap.2, p.2

Busco detective privado con confidencialidad

Busco detective privado: Leonardo Maluenda, el patriarca de la familia había encargado a Pizcueta que investigase la posible filtración de información desde sus centros de investigación. Aquello les había costado la pérdida de dos posibles patentes en las que se les habían adelantado otros laboratorios. Unas pruebas con unos antibióticos de nueva factura, que les habían supuesto unos costes considerables, habían quedado en meras pruebas cuando unos laboratorios de la competencia habían sacado al mercado, quince días antes, un producto extrañamente similar al que ellos pretendían patentar.

Maluenda sospechaba de su yerno, un tal Jacinto Vega. Había pasado a formar parte de la familia apenas tres años antes, fecha desde la cual los laboratorios habían tomado un rumbo distinto, ni bueno, ni malo, me dijo Pizcueta cuando le pregunté, simplemente distinto. Supuse que Maluenda había dado instrucciones a su abogado acerca de lo que debía y lo que no debía decir cuando me expusiera los hechos.

El señor Vega, como me lo presentó Pizcueta era abogado y trabajaba para la casa tramitando las patentes.

De todos modos, como informé al modelo jurídico de pasarela, necesitaría hablar directamente con el cliente. Dada la naturaleza de la investigación iba a necesitar detalles que el señor Maluenda conocería con mayor precisión que su abogado.  Pizcueta hizo un mohín de fastidio que desapareció ante mi sonrisa de circunstancia, y me informó de que Maluenda no estaría disponible hasta dos días después por un viaje de negocios en el que se encontraba. Quedé con Pizcueta en que me llamaría cuando su cliente pudiera y que volveríamos a vernos.

Al salir del edificio tenía la fría sensación de que el abogado llamaría a otro compañero,busco detective privado, al que le bastase con los datos y directrices que él le diera y caminé hasta una cafetería ante la necesidad de picar algo. Mi estómago rugía como un león hambriento y mi nevera no tenía capacidad para aplacar los rugidos. Un pincho de tortilla después me dirigía a acometer la montaña de trabajo que me esperaba en mi mesa cuando me topé de bruces con Carla que salía del despacho a comprar algo para llenar la nevera, lo que me complació enormemente. Antes de salir zumbando hacia el “super”, me informó de que había llamado un señor que quería contratar nuestros servicios para localizar a una persona y que se pasaría a primera hora de la tarde, busco detective privado . Aquello me dejó clavada en la acera mirando el reloj y lamentándome porque aquello significaba que aquella tarde tampoco iba a ser toda para dedicarla a quitarme trabajo de encima.

Cuando sonó el timbre y Carla atendió el videoportero, yo acababa el informé que había empezado hora y media antes con la certeza de que no lo terminaría, lo cual me satisfizo y colaboró a mejorar el humor para recibir al cliente.

Se trataba de un señor mayor que rondaría los setenta años. Tenía una mirada clara y amable que contagiaba benevolencia. Busco detective privado comentó, y lo invité a pasar y le ofrecí el café que necesitaba yo. Carla acercó dos cafés y un tazón de té para ella. La mirada del cliente me indicó que necesitaba cierta intimidad y lo hice pasar a la sala de juntas cerrando la puerta tras de mí. Comenzó su narración, era una historia bonita llena de recuerdos agradables, con dosis de verdadero amor y una mirada nostálgica perdida en el tiempo. Pretendía localizar a su antiguo amor de juventud y ese tipo de encargos resultan muy empáticos. El hecho de ayudar a alguien a recuperar la ilusión del amor cincuenta años después puede compensar de los malos tragos de ciertas investigaciones. Sin embargo el pragmatismo y la desconfianza impregnadas en la piel me hicieron dudar y le pedí amablemente que me contase la historia con todos los detalles que recordase para comprobar, a mi buen entender, la legitimidad del encargo y las buenas intenciones del cliente.

Retomó la historia desde el principio y me la contó con la mirada recorriéndola como si la viese en aquel momento. Él se llamaba Antonio y ella Julia, más de cincuenta años separaban la historia del presente. Ambos veraneaban en un pueblo de Teruel, del que eran oriundos sus padres. Los de él se habían desplazado a Valencia, donde habían ido a vivir con unos primos en busca de un futuro mejor. Los de ella habían tenido que emigrar a Francia para dedicarse a la vendimia y donde habían comenzado a echar raíces. Con los años habían dejado de viajar al pueblo de Teruel y un buen día dejaron de ir. Antonio había mantenido correspondencia con Julia durante algunos años, por lo que disponía de una dirección que con el paso de los años había quedado obsoleta y, de donde no había vuelto a recibir noticias de Julia. Los únicos datos que Antonio me pudo dar en ese momento eran el nombre y primer apellido de Julia, una dirección, que de poco me iba a servir y la dudosa certeza de que Julia había permanecido en Francia durante el resto de su vida. Por otro lado cabía la posibilidad de que ella hubiese fallecido, lo cual daría al traste con cualquier ejercicio de búsqueda. Informé a Antonio de aquella y otras posibilidades, quizá menos amables, y le pregunté el motivo de quererla localizar justo ahora. Lo hice esperando una respuesta que suelo escuchar en situaciones similares, pero me dijo que había enviudado cinco años antes y que hacía dos había encontrado las tres últimas cartas que había enviado a Julia y que le habían sido devueltas. Aquello había despertado algo en su interior que le había llenado de ilusión y que no quería perder la oportunidad de saber algo de Julia sin intentarlo. Su respuesta me conmovió y lo despedí con una agradable sensación agridulce y la necesidad de intentar ayudarle.Busco detective privado.

El resto de la tarde y gran parte de la noche las dediqué a ir quitándome de encima informes pendientes, Carla me ayudaba con la edición de videos y localización de fotogramas que íbamos ubicando conjuntamente según los informes dictaban.

 

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